A continuación vamos a poner en valor algunos extractos del libro The world in six songs: How the musical brain created human nature escrito por el profesor Daniel J. Levitin.
El profesor de psicología de la música David Huron escribía que no existe ninguna cultura, ni presente ni pasada, que carezca de música, encontrándose instrumentos musicales en diferentes excavaciones arqueológicas a lo largo de la historia. Los estadounidenses, por ejemplo, gastan más dinero en música que en medicamentos y pasan una media de más de 5 horas oyéndola. Comprender la música desde un punto de vista humanístico puede ayudarnos a entender por qué una música nos gusta y otra no, y cómo afecta a nuestros estados anímicos y a la química cerebral. La música no es una mera distracción, sino un elemento fundamental de nuestra identidad, una actividad que preparó el camino para conductas más complejas, como el lenguaje, o la transmisión de información de generación en generación.
El autor propone seis tipos de canciones para entender el papel de la música en la evolución de la especie humana. Se trata de canciones de (1)amistad, (2)alegría, (3)consuelo, (4)conocimiento, (5)religión, (6)amor. Estaríamos hablando que, aunque la música grabada es sólo una pequeña porción de la música, serían más de diez millones de canciones grabadas que servirían como punto de partida para hablar de músicas del mundo. Así y todo hay que tener presente que la música se ha utilizado de tantas formas a lo largo de la historia que sería imposible enumerarlas de forma exhaustiva. Hay canciones para exaltar la divinidad, otras que cuentan dónde encontrar agua, otras para conciliar el sueño y otras para ayudar a mantenernos despiertos. Canciones que tienen letra u otros elementos como gruñidos, con conchas marinas o beatboxing/body percussion al estilo Bobby McFerrin. Para comprender toda esta música se buscaron las particularidades, es decir, las diferentes formas de expresión musical. Existe una diversidad palpable en todo el mundo y es más, en algunas culturas que desconocen la escritura se sirven de las canciones para desarrollar la memoria y para aprender a contar. En realidad, esto no es algo nuevo ya que los primeros griegos se servían de la música para preservar la información, más eficaz y eficiente que la simple memorización, y es ahora cuando empezamos a conocer el fundamento neurobiológico de esto.
En general solemos tener el prejuicio de que si una canción se canta o es escuchada por muchas personas significa que es buena, sin embargo, el músico de folk Pete Seeger señalaba que en algunas culturas, las mejores canciones son las que se componen para cantarse y/o tocarse a una única persona. Por ejemplo, Seeger contaba que entre los indios americanos, cuando un joven se fijaba en una mujer, se fabricaba un caramillo (tipo de flauta) y componía una melodía. Cuando la joven iba a por agua al arroyo, él se escondía entre la maleza y le tocaba su canción. Si le gustaba, lo seguía y él la cortejaba. Era una canción exclusiva para ella, personal e intransferible. Y, naturalmente, en la actualidad, muchos grupos pequeños de indios americanos tienen la sensación de que las canciones son suyas y no les gusta que se conviertan en algo de todos.
En realidad llevado al contexto actual occidental no nos tendría que parecer tan extraño, ya que de forma privada, cuando realizamos alguna tarea, en ocasiones silbamos, tarareamos o cantamos inventando melodías.
¿Te gustaría saber más?
+ Información en Levitin, D.J. (2008). The world in six songs: How the musical brain created human nature. New York: Dutton.
Dejar una contestacion